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EL ARTE SUBLIME: filosofía y ontología del arte
Ideas sobre la importancia, la utilidad y el sentido del arte en nuestras vidas.
FILOSOFIA DEL ARTE
Gil Miró
5/18/20258 min read


¿Qué es el arte? ¿Qué sentido tiene, cual es su finalidad? ¿De dónde surge y por qué?
Si respondiéramos desde la óptica de un artista underground, haríamos alusión a la contracultura, la originalidad y la rebeldía; si lo hiciéramos siendo expresionistas, daríamos preponderancia a la necesidad de expresar por encima de cualquier otro aspecto; como neoclasicistas pretenderíamos convencer sobre ideales políticos y socioculturales; y si fuésemos raperos hablaríamos de crítica e insumisión ante el mundo y sus poderes opresores. Como artistas abstractos, responderíamos a través de una manera particular y subjetiva de entender y reinterpretar la realidad; y si fuésemos impresionistas lo definiríamos todo a través del color, la luz y el movimiento, buscando trasmitir la bella simplicidad de un instante suspendido en el tiempo.
La existencia de un tratado de fundamentos ontológicos y universales sobre el arte, fuera del canon academicista clásico, nos es desconocido. Sin embargo, grandes genios, artistas, filósofos, culturas y pensadores de todos los tiempos, han aportado ideas y obras que quizás nos puedan orientar en la paradigmática búsqueda de un arte prístino, común en esencia a todos, más allá de épocas, instituciones, personalismos y singularidades. Veamos algunas de esas ideas sobre el papel del arte en nuestras vidas.
El arte, desde que la historia le da nacimiento en el Paleolítico superior (sobre todo el Magdaleniense, a partir del 16.000 BP), se ha entendido como un instrumento de expresión y comunicación de nuestro mundo interior, entendiendo con ello, nuestro universo psíquico, y lo que se denomina como "ser profundo" o "YO espiritual".
Ya el homo sapiens-sapiens, el primer artista de la historia (aunque recientes investigaciones parecen apuntar a que el Neandertal ya lo era), utilizó el arte para expresar sus más profundos anhelos y pensamientos, y dialogar consigo mismo y con los demás. También para comunicarse con las fuerzas mágicas y trascendentes de las que creía formar parte.
Para este lejano creador el arte era un lenguaje mágico, místico y simbólico, fruto de una necesidad interior de comunicar e interactuar con la naturaleza y con las mismas potencias que la animaban. Hegel dice: “La verdad (de la belleza artística) se esconde tras las falsas apariencias para alcanzar una verdad más elevada creada por el espíritu”. Goethe afirma: “El arte es la magia del alma”.
Leonardo Da Vinci en su Tratado de la Pintura, explica la necesidad del artista de ser filósofo y elevarse al plano espiritual para profundizar en la metafísica de los cuerpos visibles y comprender así su virtud interna. Sólo así es capaz de conocer el espíritu de las cosas para manifestarlo a través de su obra. Leonardo nos habla del arte como un camino para ascender a la verdad y para conocernos a nosotros mismos, pues si es capaz de mostrarnos la esencia de las cosas sensibles de este mundo, y ésta forma parte a su vez de la esencia cósmica, entonces también nos podrá conducir a los ocultos misterios del universo. “El arte es un paso desde lo visible y conocido hacia lo desconocido” Khalil Gibran. “La finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia” Aristóteles.
Esta visión metafísica y atemporal del arte nos la encontramos en prácticamente todas las culturas ancestrales, como por ejemplo Egipto. El arte egipcio estaba dirigido a reflejar en la tierra modelos y arquetipos divinos. Era sagrado y pretendía rodear al pueblo egipcio de belleza y de símbolos trascendentes con los que estar siempre en contacto con la armonía y las realidades espirituales a las que tanta devoción profesaban. “...El hombre pasa por él a través de bosques de símbolos que le observan con mirada familiar”. Frase egipcia. Un artista anónimo del Imperio Medio dice: “Yo conozco el misterio de las palabras divinas y el despliegue de los actos litúrgicos. De toda magia me he provisto sin que nada se me escape. Es que soy un artista cumplido en mi arte, un hombre verdaderamente distinguido por mi ciencia”.
Platón nos explica varias maneras de acceder a nuestra realidad espiritual o a nuestro "superconsciente", en palabras de la moderna psicología transpersonal. El sabio griego concebía al ser humano en tres partes: Nous (espíritu), Psique (emociones, razón) y Soma (cuerpo), y nos dice que una de las maneras de acceder al conocimiento del Nous es a través del arte, de la vía intuitiva. “El arte es el placer de un espíritu que penetra en la naturaleza y descubre que también ésta tiene alma” Auguste Rodin.
En el Renacimiento el arte marchó de la mano del Humanismo filosófico. La escuela neoplatónica de Florencia, dirigida por el maestro Ficino, lo utilizó como un potente instrumento para la educación de la sociedad en valores y virtudes, y como un lenguaje simbólico dirigido a reflejar enseñanzas y realidades de orden alquímico y simbólico. Tal es el caso de obras como la Venus de Botticelli o las tres gracias de Rafael.
Ficino creía, como buen neoplatónico, y como heredero de una tradición milenaria que rescató y que dio origen al florecimiento de Europa y del mundo, que el arte estaba destinado a recordarle al alma su origen divino, y sus manifestaciones más sublimes y perfectas no eran otra cosa que un reflejo de esa realidad trascendente. Es el primero en occidente, tras la caída del mundo clásico, en rescatar conceptos como divinidad o espíritu y unirlos íntimamente con el arte. Lo hace desde un aspecto filosófico al margen de cualquier interés puramente religioso tal cual lo entendemos hoy, ya que era un filósofo y no un clérigo. “El arte es sobre todo un estado del alma” Marc Chagall.
Mircea Eliade, el prestigioso antropólogo y simbolista, nos habla de dos aspectos de la vida: lo profano, que es el plano que carece de trascendencia porque es cambiante y pasajero (es el aspecto cotidiano de nuestras vidas), y lo sagrado, asimilado a aquello que perdura y está relacionado con aquellas experiencias de carácter trascendente que nos impactan interiormente y nos ayudan a evolucionar como individuos y como especie. Ir al mercado a hacer la compra es un acto profano, contemplar una puesta de sol y emocionarnos por su belleza puede ser una experiencia en el plano de lo sagrado. Así, Mircea Eliade distingue ambas realidades también en relación al arte, un arte profano dirigido a embellecer físicamente nuestros entornos cotidianos, y un arte sagrado dirigido a embellecernos interiormente.
Esta manera de entender el arte como una vía de conocimiento de nuestro ser interior, o para entender una realidad no profana, suena lejano, extraño, quizás anticuado y teñido de cierto misticismo o religiosidad... ¿arte y espíritu? Son dos conceptos diferentes, presuntamente aislados y que no se suelen asociar. Sin embargo, más allá del prosaico pensamiento actual al respecto, desde el paleolítico hasta el siglo XIX, no se entendió el arte sin esa trascendencia.
Ya más cerca de nuestra época, movimientos como los prerafaelitas o el art noveau, el romanticismo e incluso el neoclasicismo victoriano, entre otros, defendieron la necesidad de devolver al ser humano esa magia, esa ética-estética propia de tiempos pasados, pues la naciente sociedad industrial estaba ensombreciendo todo exponente de belleza y profundidad humana, en favor del progreso tecnológico.
Hoy, gran parte del sentir y pensar de nuestra sociedad deviene de esa explosiva época de finales del S.XIX y principios del S. XX. Algunas semillas se plantaron en el Renacimiento, otras en la Ilustración y todas acabaron regadas por la Revolución Francesa. De esas semillas ha surgido la sociedad mercantil e industrial que conocemos, generando una ciencia increíble que ha aportado al mundo avances tecnológicos sorprendentes bajo las consignas iniciales de bienestar y felicidad. Nació el concepto de capital y de materialismo, la empresa, los derechos humanos y del trabajador, y un sin fin de nuevas circunstancias. Después de siglos de fanatismo y represión religiosa, esta naciente sociedad, que se convertirá en nuestro presente, puso en tela de juicio todo aquello relacionado con lo espiritual y metafísico, por ser conceptos estrechamente vinculados a una religión concreta. No tuvo en cuenta que más allá de cualquier forma religiosa, en especial las monoteístas, el arte también podía ser un canal de expresión del espíritu humano, una forma de buscar la verdad y las respuestas a las trascendentes preguntas de siempre. De este modo, negando al espíritu bajo un dogma empírico y materialista, también se negó una parte vital y trascendente del arte, para dar paso a otros conceptos y maneras de crearlo y de utilizarlo.
Desde los constructores medievales, los caligrafistas chinos o los escultores mayas, entre una infinidad de géneros y artistas, siempre se concibió el arte como un puente entre el cielo y la tierra, un espejo de nosotros mismos y de nuestra sociedad; ya confucio nos habla sobre ello en sus escritos: “La música surge del corazón humano. Cuando son tocadas las emociones, éstas se expresan en sonidos, y cuando los sonidos toman formas definidas, tenemos la música. De esta manera, la música de un país pacífico y próspero es tranquila y alegre, y el gobierno ordenado; la música de un país agitado revela descontento y cólera; y la música de un país en decadencia revela pena y nostalgia del pasado, y el pueblo está angustiado“.
El arte se nos presenta desde esta óptica como una manera de conciliar nuestra realidad profana o material con nuestra realidad interior y metafísica. Puede ayudarnos siendo un modelo de inspiración y superación personal, siendo una escuela para educar nuestro carácter, nuestras emociones e incluso nuestra inteligencia. “El mundo está lleno de pequeñas alegrías; el arte consiste en saber distinguirlas” Li Tai-po. Y todo esto puede ser posible gracias a su lenguaje que es universal, pues se apoya en dos conceptos fundamentales para ello, el símbolo y la intuición. El Arte es en sí un lenguaje simbólico por naturaleza que se expresa a través del sonido, el color, la luz, la forma, la palabra, el sentimiento o la armonía… El símbolo no entiende de fronteras físicas ni intelectuales, transmite una realidad subyacente de carácter universal y perenne. La intuición es desde siempre el vehículo humano a través del cual percibir la verdadera esencia del arte, más allá de la razón o de las emociones. Símbolo e intuición son canales de manifestación y comprensión de realidades metafísicas que se vinculan por simpatía y coherencia al arte y a su lenguaje más profundo. “La música da alma al universo, alas a la mente, vuelos a la imaginación, consuelo a la tristeza y vida y alegría a todas las cosas” Platón.
¿Quién no se ha emocionado alguna vez ante una obra de arte y se ha sentido pequeño o grande, feliz o eufórico? ¿Quién ha olvidado la fealdad de su mundo para elevar su conciencia unos instantes a otra realidad más hermosa, al escuchar a Beethoven o al alzar su mirada ante un colosal monumento? ¿Quién no se ha emocionado ante la poesía de Gibran, Nervo, Rosalía de Castro o Lorca? ¿Quién no ha derramado lágrimas ante el cuerpo envenenado de Julieta o se ha sentido un héroe en el fragor de la batalla frente a las murallas de Troya? ¿Quién no se ha preguntado el sentido de la vida ante una película de Capra?...
El arte posee un misterioso poder para elevar nuestras conciencias, para insuflarnos un eco de eternidad, de permanencia y de continuidad. Y para dar sentido a nuestras vidas.
Uno de sus propósitos fundamentales es recordarnos constantemente quienes somos y de lo que somos capaces, como nos dicen tantos sabios y artistas a lo largo de la historia: “Los espejos se emplean para verse la cara; el arte para verse el alma” George Bernard Shaw. Quizás sea esa su esencia más preciosa, y la compleja ontología que titula este artículo: hacernos recordar quienes somos...
“La belleza perece en la vida, pero es inmortal en el arte” Leonardo Da Vinci
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